Yo soy Yanina, tengo 23 años y me
puse de novia a los 17 años. Estuve de novia 2 años y 3 meses, si bien la
relación había comenzado mucho antes.
Yo sentía que él era el único que
me comprendía, que me quería de verdad; no podía entender porqué mi familia no
lo aceptaba; yo pensaba que era por discriminación por su posición social o porque
no provenía de una buena familia. Lo «elegí» a él por mi terrible temor de quedarme
sola, o soltera mejor dicho, y pensaba que no iba a encontrar a nadie como él
que me quisiera incondicionalmente. Yo siempre dudaba
de comenzar una relación, pero él no. De tanto dar vueltas, y por una discusión
con mi familia, me vi «obligada» a tomar una decisión, por sí o por no, y así
fue como, a pesar de sentirme insegura, comenzamos a estar de novios. Él era lo único para mí,
y
consideraba a mi familia como enemigos.
Facundo tenía en ese entonces 22
años; era apuesto, bastante requerido por las chicas, y muy seductor. A menudo
me provocaba a celos, pero él siempre lo desmentía… decía que todas eran
mentiras inventadas por mí.
Al principio, como cualquier primer
noviazgo, todo era color de rosas… Yo debía empezar la universidad, pero lo
hacía por obligación ya que lo único que tenía en mente era casarme con él y
nada más, sólo tenía el sueño de casarme y formar una familia con él, lejos de
la mía, con la cual cada vez estaba más distanciada porque no me entendían,
porque tenía mucha amargura contra ellos dentro de mí, no sólo por el noviazgo,
sino por pequeñas situaciones que ocurrían a diario y en el pasado también. No
tenía una buena relación con ellos; con mi papá siempre que hablaba terminaba
llorando, no podía llegar a él. Con mi mamá había una distancia marcada; yo
nunca quería contarle mis cosas porque sabía que no me iba a entender y,
efectivamente, aunque se lo contara ella no me podía ayudar. Yo terminaba
llorando, creo que de la frustración de no encontrar el camino de regreso. Mis
hermanas (o la mayoría de ellas) estaban en oposición a mi noviazgo con él,
pero esto sólo lograba ponerme más terca con todo lo que ocurría.
Todos mis proyectos comenzaban y
terminaban en él. Dejé la universidad después de dos meses. Mi vida era él.
Después de varios meses lentamente comencé a ver la realidad. Comencé a conocer
al verdadero Facundo. Siempre pasaba lo mismo; en mi cuaderno puedo leer
siempre los mismos conceptos: «Facundo se enojó conmigo. No quiere que hable
con otros chicos». Él era tan celoso que yo
optaba directamente por no saludar a muchos chicos. Los celos eran su obsesión,
hasta en situaciones ilógicas como cuando hablaba con mi hermano o mi cuñado.
Cuando se enojaba (muy seguido) se sentía mal, pero no sabía decir por qué. No
me gustaba cómo se relacionaba con la gente, siempre menospreciando a los demás
a través de burlas por su aspecto físico. Comenzó a trabajar y dejó sus
actividades en la Iglesia con los jóvenes. Cuando hablábamos por teléfono
siempre me decía que estaba cansado y nunca quería hablar o compartir temas
conmigo (y mucho menos personalmente). Nos veíamos sólo un día a la semana y
ese día estaba muy cansado como para hablar, etc.
Cuando había problemas, le echaba
la culpa a mi inseguridad con respecto a la relación, porque él siempre decía
estar seguro de que esto era lo correcto, lo que Dios quería, cosa que jamás
pude entender, cómo viendo tantas desigualdades nunca cambió su opinión.
Yo no me sentía cómoda con su
familia. Él quería que fuéramos a vivir en la misma cuadra con toda su familia.
Tiene varios familiares con problemas psiquiátricos, un hermano que suele
golpear a su esposa y un padre que varias veces lo hizo también. Yo le decía
que no quería vivir allí, pero él nunca le importó eso, nunca me ofreció
cambiar de lugar, era ahí o ahí. No se atrevía a enfrentar a sus padres en eso.
Yo muy dentro mío sabía que no
debía estar con él, pero siempre buscaba nuevas excusas o planes para cambiar
las cosas que nunca resultaban. Por este temor no le contaba a nadie lo que me
pasaba con Facundo, porque yo ya sabía lo que debía hacer; no sabía cómo
hacerlo, pero sabía que no debía estar con él. No era sano, y traía más
angustia que alegría a mi vida; cada vez me encerraba más en mí misma.
Las diferencias con Facundo eran
cada vez más evidentes. El no hacía más que manipularme con la culpa,
recordándome situaciones pasadas o haciendo chistes de mal gusto; generalmente
hacía esto basándose en mi inseguridad y en sus celos. Esta era mi penitencia:
el castigo, su enojo.
Pese a todo esto yo no me atrevía a
dejarlo; tenía muchos temores de hacerlo. Pensaba que él podía hacer cualquier
cosa si lo dejaba, como abandonar la iglesia o hacerse daño, ya que muchas
veces había amenazado con hacerlo. Él estaba muy solo, sin amigos, y yo pensaba
que al ya haberme equivocado se habían terminado las chances para mí. Siempre
había muchas peleas y amagábamos a terminar, pero no se concretaba. En vez de
disfrutar el noviazgo, sólo vivíamos torturados Era como jugar a ver quién
aguantaba más, pero seguíamos siendo esclavos de nosotros mismos.
Yo seguía sin tratar el tema con
nadie, por mi temor a escuchar lo que yo ya sabía pero que no estaba dispuesta
a llevar a cabo. Además no quería que nadie influyera en mi decisión, quería
que esta vez fuera una decisión mía (muy seguido me dejo influenciar por lo que
los demás esperan de mí o me dicen que haga).
Facundo nunca aceptó pedir ayuda,
ni en la iglesia ni fuera de ella. Yo, por mi parte, emprendí una terapia
psicológica. Fue un gran paso para mí hacerlo porque era empezar a buscar el
camino de salida. Pero allí, como en todos lados, siempre lo defendía a
Facundo. No me importaba quedar mal yo, lo defendía a muerte; siempre asumía
que la culpa la tenía yo. Para mi sorpresa no hablamos al principio de este tema,
pero comencé a resolver otros problemas. Por ejemplo yo me sentía poco valiosa,
mi autoestima era un desastre, me vivía comparando con los demás y siempre resultaba
disminuida. Al tratar con mis pensamientos erróneos, mi valoración como persona
fue creciendo, empecé a buscar amigos, y se abrieron caminos con mi familia… yo
comencé a expresarme con ellos (cosa que costaba mucho) y esto dio sus frutos.
Yo pensaba que no me querían, pero no era eso… sino que no me lo demostraban de
la forma que yo esperaba. Y a partir de entender esto y otras cosas comenzamos
a comprendernos con ellos, yo a expresarme y ellos a escucharme. Después de
todo, ¡es importante lo que digo! Mi vida fue cambiando mucho en estos años:
Un día tuvimos una discusión con
Facundo y se nos fue de las manos. Los dos acordamos terminar la relación, muy conscientes de que nos queríamos pero eso no era suficiente. Él me pidió que no
volviera atrás (sin duda con doble sentido); lo cierto es que yo no volví atrás
y aproveché esta oportunidad para concretar la decisión que había pensado hacía
mucho tiempo. A partir de allí comenzaron sus llamados para que le prestara
atención nuevamente, me escribía vía Internet diciéndome que tenía cosas nuevas
para contarme, si nos podíamos encontrar, que no me iba a esperar, etc. Lo
cierto es que yo ya había tratado todos estos temas con mi terapeuta, y sabía
cómo esquivar sus bombardeos culpabilizadores que siguieron un tiempo largo a
través de llamadas, mensajes, etc. Usó todo tipo de maniobras para poder
recuperar mi atención, y muchas cosas me lastimaron, demostrando claramente que
él no me amaba a mí como decía, y creo que en el fondo tampoco a sí mismo, por
eso no se preocupaba en lastimarme.
Hoy ya no hablo más con él, le pedí
que no me llamara más y que si me llamaba no lo iba a atender. Y así resulta
mucho mejor, despegándome completamente de él duele mucho menos. Después de
todo yo no puedo (y me costó entenderlo) ni salvarlo de su estado ni ayudarlo,
ni cambiar su historia, porque eso es algo que sólo él mismo puede hacer con la
única ayuda de Dios. De vez en cuando tiendo a involucrarme con este tipo de
personas pensando que puedo y debo ayudarlos, pero gracias a Dios estoy
aprendiendo a reconocer esos tópicos. Otras veces son los amigos de verdad,
incluyendo a mi familia, que ayudan a que me dé cuenta de que no soy su
«salvadora».
Espero que este testimonio sirva de
ayuda, ya que veo a diario a muchas «Yaninas» y muchos «Facundos» y sé lo
difícil que es reconocer que se está en una relación de abuso. Pero hoy, a dos
años de haber terminado el noviazgo, sé que vale la pena, aunque duele,
terminar con esta dependencia mutua. Le digo a todas las Yaninas y Facundos:
anímense a ver la realidad de su relación de noviazgo y pidan ayuda, porque
muchas cosas necesitan ser cambiadas y es difícil hacerlo solos.
Hoy no huyo de nada, y agradezco
muchísimo a Dios por su ayuda y por haber pedido ayuda terapéutica, ya que de
otra forma hubiese sido muy difícil terminar esta relación y mi vida sería
terrible de haber concretado un matrimonio donde tanto Facundo como yo hubiéramos
sido infelices. Hoy, aunque me gustaría encontrar la persona correcta, espero
ese momento, pero ya sin temores de quedar soltera. Disfruto de mis amigos y mi
familia que me acompañan. Puedo crecer en mis proyectos y me siento cómoda
conmigo misma, y no necesito a otra persona
o estar en pareja para sentirme valorada. Quiero mejor a los demás a partir de
quererme mejor a mí misma. Puedo estar tranquila porque sé que Dios cumplirá sus
bondadosos propósitos en mí.
(Material extraído del Instituto Eirene Argentina)
Si te identificás con este relato, si estás pasando violencia física, sexual, emocional, económica, social, espiritual, etc. por favor rompé el silencio y pedí urgente ayuda.
Podés llamar gratuitamente en Argentina al:
0800-66-68537 MUJER
ó al 911 Pcia. de Bs.As.
ó
137 Capital Federal.
Muchas veces las jovencitas piensan que si el novio las cela, es porque las ama o se piensan que van a poder cambiar a ese muchacho y sacarlo de su mal camino, por lo general las mujeres piensan que son salvadoras de personalidades así.
Sinceramente la persona que maltrata, que agrede, no está manifestando su amor así, por el contrario, está dejando al descubierto su manipulación y su concepto en cuanto a la mujer, considerándola un objeto la cual puede tomar y dejarla cuando quiere, porque él se siente su dueño.
Dios nos creo seres libres y no hace acepción de personas, Dios no tolera la violencia y nunca pensó para tu vida algo así.
Muchas veces las mujeres piensan que al casarse todo va a cambiar y por lo general todo empeora.
El agresor debe reconocer su situación y pedir ayuda, debe ser tratado y para eso están los especialistas y por supuesto la guía espiritual también.
Si estás padeciendo violencia de género, por favor salíte de ese círculo de violencia y pedí ayuda ya mismo, siempre hay personas interesadas en ayudarte, siempre hay personas que te van a creer y te van a sacar de esa situación en donde muchas veces tu vida corre peligro.
Podés consultar estas páginas:
http://www.inadi.gov.ar/uploads/centros_at.pdf
http://www.eireneargentina.com.ar/
http://abriendoelcamino.blogspot.com/
Podés consultar estas páginas:
http://www.inadi.gov.ar/uploads/centros_at.pdf
http://www.eireneargentina.com.ar/
http://abriendoelcamino.blogspot.com/
Con cariño: Tere.
!Qué Dios te bendiga!